Llega el otoño y con él, los días son más cortos, oscurece antes, hace frío y por comenzamos a refugiarnos en el calor del hogar. Buscamos, de alguna forma, nuestra propia luz interior. Durante semanas, creamos en la escuelita nuestro farol para alumbrarnos la noche de la fiesta y las maestras preparamos cuidadosamente el teatrillo, creando todos los personajes que aparecen en el cuento. Para guiarnos en nuestro paseo nocturno llevaremos nuestros farolitos encendidos al ritmo de bonitas canciones.

Tenemos la suerte de poder celebrar esta fiesta en el jardín de una de nuestras familias, pudiendo conectar así con la naturaleza y su propio ritmo.

Esa tarde maestras, niños y niñas y familias disfrutamos de esta preciosa celebración. 

Al llegar al jardín, ya atardeciendo, nos colocamos todos delante del teatrillo para disfrutarlo, algunos por primera vez y otros ya desde varios años, pero todos con la misma ilusión.

Acababa de oscurecer y justo en ese momento comenzamos a escuchar:

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“Farol, farol

estrella, luna y sol

se apaga la luz

se apaga la luz

menos la de mi farol, farol”

Todos escuchamos atentos, boquiabiertos. Observando cómo los muñecos del teatrillo parecían cobrar vida, mientras se escuchaba la dulce voz de la maestra.

Una vez terminó el teatrillo con la paz, el silencio y la calma que había inundado aquel jardín, las maestras dieron a cada niño y niña su farol. Todos juntos dieron un pequeño paseo alrededor del jardín cantando las canciones que habían adornado nuestra escuela durante semanas:

“Yo voy con mi farolito

y mi farolito conmigo,

arriba brillan las estrellas

y abajo brillamos nosotros.

Y si hace frío nos vamos a casa

con nuestro pequeño farol,

y si hace frío no vamos a casa

con nuestro pequeño farol”

“Arde lucecita, ilumínanos, protegerte quiero con todo mi amor”